Liceo, misión y reflexión

Durante el año 1509, en las Estancias Vaticanas, uno de los grandes genios de la pintura renacentista, Rafael Sanzio, dio a conocer el fresco “La Escuela de Atenas”.  Esta obra plasma a todos los sabios del mundo antiguo trabajando en sus investigaciones, siendo cada uno la representación  de un área del saber. En el centro de esta pintura se aprecia al filósofo Platón dialogando con Aristóteles, quienes  señalan las alturas y la tierra respectivamente.

De esta manera Sanzio quería mostrarnos cómo ambos personajes  resumían sus respectivas filosofías en cuanto al saber: Platón apunta hacia el cielo y a las Ideas, dando una importancia fundamental a las matemáticas y la especulación teórica, proyecto que culminaría con la creación de la Academia hace casi 2.400 años. Por otra parte Aristóteles señala a la tierra, nuestro mundo, como queriendo decir que también nuestra realidad es digna de atención. De esta manera fundará algunos años después el Liceo con una orientación diferente: centro de investigación y enseñanza de carácter práctico y empírico.

Que dos instituciones del mundo antiguo hayan legado sus nombres para señalar el mundo de la investigación y la enseñanza, es ciertamente uno de los grandes acontecimientos culturales del mundo occidental, y que, casi dos mil años después, Liceo haya sido el nombre dado por la Francia revolucionaria a la institución cuya finalidad era educar a su elite dirigente, no deja de sorprender al observador actual, pues significó la realización del ideal ilustrado de una educación racional considerada como deber del Estado, de carácter pública y obligatoria.

Pero, ¿qué es el Liceo entonces? Un concepto clave en la formación del Liceo en su origen europeo y nacional es la relación entre república y virtud. En 1747, Montesquieu señaló en su libro El espíritu de las leyes que para cada forma de gobierno hay distintas leyes de educación. Para las monarquías el fundamento de estas era el honor, en el despotismo lo era el temor y en las repúblicas la virtud. Casi cuarenta años después, haciendo suya esta afirmación, Condorcet presentaría a la Asamblea Legislativa, en plena Revolución Francesa, un Plan General de Educación Pública cuyo fin era expandir el saber y la virtud de los ciudadanos. Por su parte, cruzando el Atlántico, George Washington pregonaba que la virtud o la moral era un resorte necesario del gobierno popular.

Virtud, moralidad, república, patria. El origen de la educación secundaria estaba ligado al desarrollo y conformación del estado nación a principios del siglo XIX. Fue Mariano Egaña quien entregó un proyecto de educación, con énfasis en el sentido moral antes que intelectual y cuya meta era formar la virtud que el ciudadano necesitaba para sostener la nueva República.

Todo este bagaje de conceptos, ideas y anhelos cuajan en la creación del Instituto Nacional, fundado en 1813. Este pretendía representar la corriente más pura del republicanismo, pues aspiraba a formar a un ciudadano eminentemente político, concentrando un variopinto de saberes y niveles educativos en sus aulas. El concepto de universalidad en el saber entra en escena.

Finalmente, en 1843 se establece en todo el país un proyecto de enseñanza secundaria estatal y nacional de carácter humanista cuyo principal ideólogo fue Ignacio Domeyko, otro personaje de la historia chilena que anhelaba formar ciudadanos republicanos que participen activamente en la vida pública. El programa en cuestión tenía, un carácter humanista basado en el latín y en el estudio de la literatura romana,  ya que esta era vista como la formadora de todas las virtudes republicanas, su finalidad no era la formación de una elite gobernante (que esencialmente se formaría en un centro de educación superior), sino de ciudadanos activos en el ámbito público; por lo que debía perseguir el desarrollo moral y cívico de las personas.

Basta esta pequeña síntesis para comprender que la génesis del “Liceo” corresponde a una serie  de conceptos rectores de su labor, conceptos centrales en la dirección de su quehacer educativo y que permiten rastrear el desarrollo de las ideas normativas referentes a la educación desde sus orígenes hasta la actualidad, así como verificar si el camino recorrido se aparta de dichos ideales. La pregunta central, entonces, gira en torno a ¿Qué es el liceo? ¿A qué aspira? ¿Cómo justifica su existencia? ¿Cumple su labor satisfactoriamente? Y por último ¿Conserva o ha perdido su finalidad primaria? Esta pequeña reflexión busca  generar un debate en torno a estas preguntas.

Virtud, moralidad, república, patria, interés público, universalidad; liceo. Cada uno de estos conceptos está ligado a la vida pública, la vida de la polis, la vida de la comunidad de personas que se autogobiernan, se autorregulan y trabajan juntas en pos de un beneficio común. Desde que griegos y romanos pensaran la vida pública como esencial e inherente al hombre se ha considerado deber de la comunidad formar a las personas en el ejercicio de las virtudes necesarias para la vida en comunidad, de ahí la importancia, por ejemplo, del teatro en la antigua Grecia en donde las tragedias tenían una clara finalidad de aleccionar a la comunidad en la piedad, en la eusebeia, en ese temor sagrado, admiración y asombro ante la majestad existente en ciertos hombres, cosas y sobro todo dioses y por lo mismo en la advertencia de no caer en la hybris, la rebelión ante el orden establecido que acarrearía la inevitable ira de los dioses, el justo castigo. Esta educación comunitaria adquiere nuevas formas con la creación de la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, estos conciben la educación como una tarea esencialmente creadora de un hombre completo. Quizá sea Aristóteles quien encarna el ideal de forma más completa pues su visión del liceo era la de un centro de enseñanza e investigación, o sea, un lugar donde se producía conocimiento y se enseñaba este a la comunidad.Se deduce, por tanto, que los hombres ahí formados, aun especializándose en alguna disciplina, tendrían un conocimiento universal o general de la realidad.

El Liceo, como concepto y creación moderna, sin duda remite a esta idea de formación de personas integrales que junto al manejo de conocimientos básicos en las diferentes disciplinas humanas buscan participar activamente en la vida pública. Se entiende, entonces, que una persona completa, formada en lo principal y más granado del conocimiento humano viviendo en una comunidad (no puede ser de otro modo) está llamado a participar activamente en ella; por eso requiere de la virtud, virtud concebida como disposición racional o hábito que hace a la persona vivir y actuar con excelencia.

El temor que se ofrece ante una misión formadora de tamaña envergadura, necesaria y esencial es la posibilidad de su realización en la práctica. ¿Puede realizarse hoy?, ¿Es necesaria en este mundo cambiante? La discusión está abierta.